¿Esa pared es verdadera? ¿O es el llanto no expresado que nubla todo, que tapa todo...que esconde todo?
Porque, verás, hoy no fue un gran día para mis demonios interiores. O de hecho, si lo fue: es para Mi que el día fue una auténtica bosta (le pido al lector de turno que ponga la palabra que quiera para expresar "mierda" ahí...yo prefiero la expresividad sin lijar).
Convengamos en que a veces tengo la muñeca más floja de lo conveniente, y entonces se rebelan con facilidad. Pero no deja de ser cierto el hecho de que más de uno insiste en alimentarlos con frecuencia.
Y hoy, señores, se dieron un banquete pantagruélico
Llegada la noche. Si, ahora. Es cuando se erigen con sus barrigas despreciables: no satisfechos. El festín todavía no termina y ellos más que dispuestos están a continuar alimentándose de mis heridas y del cansancio que produce dolor.
Saludan la mente perversa que reproduce las imágenes que apestan el ánimo y el alma (si es que existe). Danzan ante la repulsión del recuerdo reprimido que puja por salir. El ambiente se satura, hiede...el aire asfixia.
Y es que con la noche ganan fuerza. Los aromas a podredumbre se sienten con una fuerza cada vez más abrumadora, amenazando con derruir cada una de mis pequeñas obras vitales (o al menos, aquellas que contienen algo de belleza). Y mi cuerpo, más desnudo que nunca – no importa cuanta ropa me ponga, en estos momentos siempre estamos desnudos, y ellos lo saben.
Siento como las mil y unas heridas se empiezan a abrir en mi piel (desde adentro, claro), como una suerte de tortura china increíblemente compleja.
Una de las bestias roza su lengua contra los vellos de mi brazo, ya manchado con mi sangre invisible.
Y lo áspero me genera escalofríos. Lo húmedo pavor.
Sentir sus agudas uñas recorriendo mi cuello, mi espalda, me paraliza. Siento las paredes derrumbarse. Pierdo una batalla, una más.
Demonios alados, negros, brillantes. Demonios humanos más reales que cualquier ser mítico, más peligrosos.
Las uñas siguen rozando mi piel, llegan a la base de mi espalda. El miedo me atrapa en mí cuerpo. Y de nuevo el asco, la repulsión...el hedor. Escalofríos.
Lloro. No a mares, no a gritos. Cualquiera podría pasar delante de mí en este momento, y quizá pensaría que sonrío. ¿Y es que acaso no sonrío? O mejor dicho ¿acaso mi involuntaria máscara anti-gas no parece sonreír?
Pero lloro, y eso parece darle al bicho asqueroso nuevos ímpetus.
Quiero pensar que todo esto es una batalla nomas en una guerra que vengo ganando por varios cuerpos. Que no es la primera vez que me enfrento a él, y que incluso que no es la primer vez que me siento derrotada en mi coyuntura (muy adentro mío, de hecho, sé que vengo ganando por varios cuerpos).
Pero por el momento, su veneno me paraliza, espantándome...ausentándome del mundo. Y vaya si no soy parte del mundo.
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