Fue una seguidilla de días grises, del tipo que te dejan un sabor extraño en el cuerpo. Salí de casa para cumplir el compromiso de visitar a mi tía y abuela, un intento de generar un lazo nuevo con quienes son parte de mi historia.
A ellos los reunió la muerte, a mi casi que me llevó el azar. Lo primero que me llamó la atención fue el ver la reunión de los abuelos (mi abuela junto a sus hermanos mayores), que dialogaban sobre la muerte con mucha tranquilidad y comodidad; sin ser irrespetuosos supieron pasar por puntos claves: se sobreviven todas, hasta las más dolorosas.
La viuda, mi abuela, mencionaba que después de 68 años de convivencia, cada mes sin su esposo se hacía más duro y solitario, las otras mujeres de la mesa asintieron. Yo me colgué en la idea de lo que podría significar pasar esa cantidad de tiempo y de vida junto a un otro significante; pero Olga me cortó el pensamiento "para ustedes es más fácil, porque saben que murió, lo mío es distinto, a veces pienso que los rumores son verdad; hago cuentas y creo que podría ser que viajó y que tiene otra mujer, otros hijos, que está vivo" sentenció con lágrimas en los ojos. Efectivamente para ella también cada mes y cada año es más difícil.
Mi prima se acercó a mi oído para comentarme que la anciana a mi lado fue la esposa de Avelino Bazán, uno de los 30.000 que desapareció la Junta Militar en el '76. "Avelino me decía, cuando cumplamos veinticinco años (de casados) vamos a hacer una gran fiesta...pero ni a los veinticinco llegamos. Hoy tendríamos 59 años juntos" terminó Olga con mucho de tristeza y algo de enfado.
No reivindicó la figura de Avelino Bazán como un revolucionario, incluso nuestras adhesiones políticas eran antagónicas, nuestra militancia opuesta por el vértice; pero algo se movía dentro de mí, la historia me cayó encima, con la fuerza de la realidad de los hechos. Yo, tan lejana en tiempo y espacio, también perdí compañeros, hermanos de clase y camaradas de armas...y los que hoy perdemos, los perdemos en las manos de un enemigo común que toma una forma muy distinta. Sentí que podía apenas entrever aquella otra forma voraz con la que el capitalismo mata, donde la brutalidad apenas si tiene un velo. Hoy nos erosiona con la rutina y el cansancio, con los pequeños ataques cotidianos y desde las derrotas sangrientas que le asestó a nuestra clase...a su vanguardia.
La verdad, no sé que tanto tenga que ver, que tan loco, irracional, volado, desacertado o atinado puedan ser esos sentimientos y esas sensaciones que me ganaban. Pero me sentí fortalecida, sentí un reverdecer de la seguridad de haber elegido una vida militante, la herramienta individual y social que poseo y que me hace fuerte es mi organización contra todo eso que odio y nos reprime; mis deseos de libertad se ven contenidos en el rebelarse contra lo impuesto, lo hastiante, lo triste, contra la muerte y la violencia, contra la tendencia a pensar que estamos solos. Y esos enormes dolores que no conozco, toman una dimensión diferente...y me molesta la idea de pensar que se los puede recordar como mártires; los luchadores no lo son. Y cuando pienso en ellos, los que abrazaron las mismas ideas que yo, me alejo de mi familia, de sus desaparecidos; pienso que la burguesía no tiene reparos en atragantarse con la sangre de propios y ajenos para garantizar su triunfo, me alejo de sus ideas, de sus concepciones y de sus prácticas. Me pareció tierno y a la vez me generó rechazo el romanticismo con el que se tiñen los recuerdos; me pareció chocante la intensidad con que dios se metía en sus ideas...y ese exacerbar el dolor, como si tuviera algo de placentero sumergirse en él, saborear sus amarguras; mi ser empezó a sentir rechazo por el deleite de sufrir. Yo quiero el dulce de la vida, saborear sus placeres, quiero el deleite de los sentidos, del intelecto; quiero arder la vida apasionadamente y sin cadenas. Quiero ser feliz y milito por un mundo donde todxs y cada unx de nosotrxs pueda serlo.
Terminé la noche pensando en ese abismo entre ellos y yo.
No reivindicó la figura de Avelino Bazán como un revolucionario, incluso nuestras adhesiones políticas eran antagónicas, nuestra militancia opuesta por el vértice; pero algo se movía dentro de mí, la historia me cayó encima, con la fuerza de la realidad de los hechos. Yo, tan lejana en tiempo y espacio, también perdí compañeros, hermanos de clase y camaradas de armas...y los que hoy perdemos, los perdemos en las manos de un enemigo común que toma una forma muy distinta. Sentí que podía apenas entrever aquella otra forma voraz con la que el capitalismo mata, donde la brutalidad apenas si tiene un velo. Hoy nos erosiona con la rutina y el cansancio, con los pequeños ataques cotidianos y desde las derrotas sangrientas que le asestó a nuestra clase...a su vanguardia.
La verdad, no sé que tanto tenga que ver, que tan loco, irracional, volado, desacertado o atinado puedan ser esos sentimientos y esas sensaciones que me ganaban. Pero me sentí fortalecida, sentí un reverdecer de la seguridad de haber elegido una vida militante, la herramienta individual y social que poseo y que me hace fuerte es mi organización contra todo eso que odio y nos reprime; mis deseos de libertad se ven contenidos en el rebelarse contra lo impuesto, lo hastiante, lo triste, contra la muerte y la violencia, contra la tendencia a pensar que estamos solos. Y esos enormes dolores que no conozco, toman una dimensión diferente...y me molesta la idea de pensar que se los puede recordar como mártires; los luchadores no lo son. Y cuando pienso en ellos, los que abrazaron las mismas ideas que yo, me alejo de mi familia, de sus desaparecidos; pienso que la burguesía no tiene reparos en atragantarse con la sangre de propios y ajenos para garantizar su triunfo, me alejo de sus ideas, de sus concepciones y de sus prácticas. Me pareció tierno y a la vez me generó rechazo el romanticismo con el que se tiñen los recuerdos; me pareció chocante la intensidad con que dios se metía en sus ideas...y ese exacerbar el dolor, como si tuviera algo de placentero sumergirse en él, saborear sus amarguras; mi ser empezó a sentir rechazo por el deleite de sufrir. Yo quiero el dulce de la vida, saborear sus placeres, quiero el deleite de los sentidos, del intelecto; quiero arder la vida apasionadamente y sin cadenas. Quiero ser feliz y milito por un mundo donde todxs y cada unx de nosotrxs pueda serlo.
Terminé la noche pensando en ese abismo entre ellos y yo.
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